«Fuera del mapa» expo de Hanna Jarzabek en Efti

Hanna Jarzabek

¿Cómo se vive en un lugar que no existe en ningún mapa del mundo? ¿Cuál es realmente el precio de ser un paria dentro de la Comunidad Internacional? ¿Cómo funciona un “país” sin reconocimiento internacional? Estas preguntas sirvieron como punto de partida para este proyecto buscando las respuestas en Transnistria.

¿Sitúas a Transnistria en un mapa, oíste hablar de ese “lugar” situado en Europa?

Con la caída de la Unión Soviética, algunas de las antiguas repúblicas soviéticas entraron en una espiral de conflictos étnicos y lingüísticos de la noche a la mañana.

Rompiendo con la idea del multiculturalismo, promovida por la URSS a veces de manera forzada, buscaron establecer sus identidades nacionales convirtiéndose en nuevos estados. En respuesta, partes de esas nuevas entidades decidieron seguir su propio camino y, en un momento u otro, declararon unilateralmente su independencia.

Casi treinta años después, esas regiones, consideradas por la Comunidad Internacional como separatistas, aún no han obtenido reconocimiento y si son capaces de mantenerse, es básicamente gracias al apoyo y la ayuda económica de un país protector.

La falta de reconocimiento de “país” marca la vida cotidiana hasta los más pequeños detalles.

Para preservar su idioma e identidad rusos, Transnistria se separó unilateralmente de Moldavia en 1990. Dos años más tarde, sus habitantes tuvieron que defender con armas lo que ahora consideran su país. De cara adentro Transnistria tiene todas las características de un estado: gobierno, moneda, pasaporte, fronteras y fuerzas armadas. Sin embargo para el mundo exterior no existe.

La separación unilateral de Moldavia creó una especie de burbuja, donde el no reconocimiento y un limbo legal permiten negocios opacos y dudosos, abriendo paso a la pobreza y al desarrollo de desigualdades. Hoy la vida económica y política de la región está prácticamente regida por los oligarcas.

Los transnistrianos en general se consideran patriotas y afirman amar a su país. Sin embargo, la falta de trabajo, el aislamiento y la difícil situación económica empujan a muchos a emigrar. Poco a poco la región se va despoblando, dejando atrás niños y abuelos. Para quienes se quedan, el problema de la identidad empieza a pasar al segundo plano. Como me dijeron algunos de los entrevistados: La identidad no te llena el estomago.

30 años después de la declaración unilateral de independencia Transnistria sigue sin obtener reconocimiento. ¿Cómo se vive en un lugar que no existe en ningún mapa del mundo? ¿Cual es el precio real de ser un paria dentro de la comunidad internacional?

Antes de la separación Transnsitria era la parte más próspera de la República Soviética de Moldavia. Aquí fue concentrado el potencial industrial que suministraba electricidad a todo el territorio y generaba aproximadamente el 40% del PIB moldavo. En la víspera de la caída de la URSS el nivel de vida en Transnistria era dos veces más alto que en el resto de Moldavia.

Después de la separación, el gobierno transnistriano privatizó el grueso del parque industrial de la región. La mayoría de las empresas pasó a manos de oligarcas rusos y ucranianos, o se convirtió en propiedad del estado ruso. Apareció también “Sheriff” – un conglomerado privado, creado por dos ex miembros de los servicios secretos de la República Soviética de Moldavia. Cercano a la familia de Smirnov – primer presidente de Transnistria – hoy el holding controla prácticamente toda la vida política y económica de la región. Le pertenecen supermercados, bancos, refinerías, destilerías, farmacias, telefonía, una fábrica de ropa y un equipo de fútbol.

La falta de reconocimiento de “país” marca la vida cotidiana hasta los más pequeños detalles. Las mercancías locales pueden venderse fuera a condición de estar etiquetadas como productos moldavos. Las transacciones financieras tienen que realizarse a través de bancos rusos o directamente en Moldavia, ya que la moneda local no está reconocida.

La falta de regulación a nivel político desanima a muchos inversores extranjeros y algunas empresas locales pueden ofrecer únicamente mano de obra barata a las marcas europeas. No existen programas de Erasmus y cualquier otro tipo de intercambios universitarios pueden ser establecidos únicamente por intermedio de Moldavia. Sólo a partir del 2018 y gracias a un acuerdo con Moldavia, los estudiantes transnistrianos pueden validar sus diplomas como moldavos, lo cual les valida al nivel internacional

Si hasta ahora Transnistria ha podido mantenerse es gracias al apoyo económico ruso. Putin nunca la reconoció como estado, pero queriendo mantenerla bajo su control, proporciona muchas ayudas. Suministra el gas sin exigir pagos; apoya el desarrollo de pequeñas empresas, renueva y construye edificios públicos y hospitales, ofrece becas para estudiantes y paga gran parte de las pensiones a los jubilados. Todo esto refuerza el sentimiento de pertenencia a la órbita rusa, en una región donde el 60% de la población es ruso-hablante.

Los transnistrianos en general se consideran patriotas y afirman amar a su país. Sin embargo, la falta de trabajo empuja a muchos a emigrar – sobre todo con destino a Rusia – y poco a poco el país se va despoblando, dejando atrás niños y abuelos. Para quienes se quedan, el problema de la identidad empieza a pasar al segundo plano. Los políticos, incluso si mantienen el discurso separatista, prefieren más bien reforzar los intercambios económicos con Moldavia. Como dicen algunos de los entrevistados “bussines is bussines. Con la identidad no te llenas la barriga.”

Con este trabajo fotográfico “Fuera del mapa” se responde la pregunta con las que comenzamos: ¿cómo se vive en un país que no existe en ningún mapa del mundo?

Transnistria, Hanna Jarzabek