Una entrevista a Elliott Erwitt

Copyright of Elliott Erwitt www.havana-fellowship.com

Por Nigel Farndale
Traducido por Martín Blanes

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A lo largo de su sobresaliente (y extremadamente larga) carrera como fotógrafo, Elliott Erwitt ha dejado que sus imágenes hablen por si mismas. “Es una foto decente” dirá normalmente sobre sus fotos. “No sé que más hay que decir”.

Por eso nos sorprende que este americano de 87 años se vuelva casi un charlatán (para ser él) cuando se encuentra ante su icónico retrato de Fidel Castro, una fotografía que tomó dos años después de la Crisis de los Misiles de Cuba, en 1964.

“Lo que me gusta de esta”, dice “es que Castro se ve pensativo y nada heroico ni sofisticado. Él estaba muy pendiente de su imagen y esta lo cogió desprevenido. Tenía algo de vanidad respecto de si mismo. La ropa. La barba. Su apariencia teatral. En aquel momento me recordó a un cowboy”.

La fotografía de Castro es la primera que encontramos en esta exposición de la obra de Erwitt en la galería Westergasfabriek en Amsterdam. Nuevas imágenes de Cuba en blanco y negro, que Erwitt tomó cuando visitó de nuevo el país este verano, se exponen al lado de las que hizo de Castro (y del Che Guevara) por encargo de Newsweek hace más de cincuenta años, algunas de las cuales nunca antes habían sido vistas. Y es destacable lo difícil que es decir cuál ha sido hecha cuándo. Hasta tal punto llega la consistencia de su estilo.

¿Cuál es su secreto? “Luz natural. Trabajo con una sola cámara, una Leica, y tres objetivos. Es muy portátil. Intento mezclarme y fusionarme con el ambiente. A veces los fotógrafos traen gran cantidad de parafernalia y ayudantes sólo para justificar su presupuesto”.

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Este conjunto de obras fue realizado para la inauguración de la Hermandad de Elliott Erwitt del Havana Club 7, la cual es dirigida conjuntamente por el ron Havana Club y con fondos adicionales provenientes de la venta de siete impresiones de edición limitada. El objetivo de la Hermandad es “permitir a las futuras generaciones seguir los pasos de Erwitt y plasmar la condición humana en Cuba a través de la fotografía documental”. Será un premio anual y su primer ganador se anunciará en primavera de 2016.

Aunque su pelo rizado ya está blanco, los ojos de Erwitt siguen siendo traviesos y están alerta detrás de sus grandes gafas, reflejando su naturaleza desenfadada. Aunque es un hombre lacónico, lo que dice está invariablemente asociado con un humor seco. Cuando le pregunto si Cuba ha cambiado mucho en los últimos cincuenta años, por ejemplo, él responde: “Bueno, los coches definitivamente no han cambiado”.

En lo que se refiere al objeto de su trabajo, según dice, ha improvisado sobre la marcha en su último viaje. “Los cubanos son, según mi experiencia, encantadores, hospitalarios y generosos. Estoy contento de que Obama esté tendiendo una mano de amistad desde América, incluso si el Congreso opina de forma diferente”.

Nacido en París en 1928 e hijo de emigrantes ruso-judíos, Elliott pasó sus años de formación en Milán hasta que su familia se mudó a Los Ángeles, obteniendo su nacionalidad americana en 1939. “Mi carrera comenzó cuando tenía 16 años y hacía fotos por dinero en el instituto”, dice. Después se mudó a Nueva York, donde todavía vive. “Me hubiera gustado, quizás, que mis matrimonios hubieran funcionado mejor”. Es cuanto tiene que decir respecto a ese tema.

Uno de sus seis hijos, Ellen, lo ha acompañado en este viaje a Amsterdam. Ya cuando era un bebé salió desnuda en la cama junto a su madre en una de sus fotografías más conocidas y ha heredado su forma de hablar inexpresiva. “Estoy acostumbrada a viajar y estoy acostumbrada a ser fotografiada,” dijo cuando me encontré con ella más tarde. “Ambas cosas son normales siendo la hija de un fotógrafo”.

La primera fotografía publicada de Erwitt es la divertida imagen de un minúsculo chihuahua de ojos saltones junto a los pies lujosamente calzados de su dueña. Ya mostraba el toque sutil que se convertiría en su estilo personal. Su carrera y su estilo de vida ambulante y un poco caótico lo llevaron a viajar de vuelta a Europa en 1951 cuando fue reclutado a la fuerza por el ejército de los Estados Unidos. Mientras servía bajo el mando de las “Army Signal Corps” en Francia y Alemania se convirtió en fotógrafo profesional por primera vez y comenzó a crear su propio portfolio. Pronto llamó la atención del legendario fotoperiodista de guerra Robert Capa, el cual, en 1953, lo contrató para Magnum, la agencia fotográfica que cofundó bajo el principio de que los fotógrafos debían conservar los derechos de sus fotografías tras su publicación. Fue a través de Magnun donde Erwitt conoció al que todavía considera que es el más grande de todos, Henri Cartier-Bresson.
La agencia también le abrió un gran número de puertas, incluso las del Kremlin. “Las credenciales de prensa te llevan a un lugar”, dice. “A partir de ahí necesitas tener iniciativa personal. Muchas de mis fotografías buenas fueron tomadas mientras hacía un encargo para otra persona ya que gran parte de mi obra ha surgido de viajar a lo largo del mundo. Suceden muchas cosas cuando viajas y por eso siempre me ha gustado hacerlo”.

Una de sus primeras oportunidades surgió en 1957 cuando se convirtió en el primer fotoperiodista occidental en captar las imágenes del desfile de los misiles en la Plaza Roja durante la Revolución de Octubre. Logró el acceso al juntarse con un equipo de filmación soviético. “Algunas de mis mejores fotografías fueron tomadas en la Unión Soviética durante los tiempos difíciles, lo cual era un reto”. Otra oportunidad vino cuando fotografió a Nixon golpeando en el pecho a Khrushchev mientras discutían. Esta imagen seminal se convirtió en un símbolo de la Guerra Fría y le proporcionó a Erwitt un acceso sin precedentes para fotografiar al presidente Kennedy en el Despacho Oval. “JFK era bastante campechano”, recuerda Erwitt. “Un hombre cautivador con su bella mujer y sus encantadores hijos”. Cuando dispararon a Kennedy fue Erwitt el que hizo la foto más evocadora de su viuda. La mostraba desconcertada en el funeral. “Estaba extremadamente conmovido por ello”, dice. “Por aquel entonces estaba acreditado por la Casa Blanca, por lo que pude seguir todos aquellos acontecimientos de cerca”.

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Aunque ha fotografiado a líderes políticos y estrellas del pop (destacando a Mick Jagger y Bob Dylan), el nombre al que estará asociado para siempre Erwitt es el de Marilyn Monroe. Una muestra de cansancio y fatiga aparece en sus rasgos decaídos cuando le pregunto sobre ella, sin embargo dice: “Hice una cantidad de sesiones con ella, lo cual estuvo bien, ya que el interés en ella parece eterno y las fotos que hice se publican mucho. Es increíble pensar que ella tendría 90 años ahora. Pero no puedes imaginártela con esa edad porque es parte de su culto. Es una gran estrategia para tu carrera morir joven. Quedas congelado en imágenes, inmortalizado en blanco y negro. En persona no tenía una apariencia extraordinaria; se veía mejor en fotos que en la vida real. Era difícil hacer una mala fotografía de ella. Tenía una cualidad magnética y era encantadora, inteligente y sensible, pero también me pareció una persona torturada e infeliz”.

Cuando dice que alguien es “fotogénico”, ¿qué significa eso para él? “Algunas personas se ven mejor en fotografía que en persona. Muy a menudo una supermodelo llega al set y parece una cama sin hacer, pero después de ser maquillada y fotografiada se ve espectacular”.

Por lo tanto la cámara a veces miente. ¿Qué hay de sus sujetos corrientes, del día a día, comparados con las celebridades? ¿Alguna vez se avergüenza de invadir su privacidad? “Definitivamente no, porque de ser así no hubiera tomado ni la mitad de las fotografías que he hecho. He hecho que la gente se vea a si misma en un libro. Una de mis fotografías más famosas es de una pareja en un espejo. Tengo al menos una docena de personas que aseguran ser ellos y reclaman dinero”.

¿Y, cuando hace fotografías de un miembro anónimo del público, se pregunta por lo que pasa por su cabeza o en su vida? “Te encuentras imponiendo tu propia narrativa cuando una cara es un lienzo en blanco. Hay una fotografía en esta nueva colección de una famosa bailarina cubana, que ronda los 90 años y es ciega, sentada junto a una joven bailarina que desconozco quién es. Es una fotografía muy sencilla pero la expresión de sus caras es lo que realmente compone la fotografía. Un segundo antes, la expresión no estaba ahí, como tampoco lo estaba un segundo después. Me parece una imagen muy emotiva – la joven bailarina principal y la veterana ciega de 90 años”.

¿Se siente una sensación mágica cuando eso sucede? “No siempre lo sabes en el momento pero sí cuando miras las hojas de contactos. Nada ha sido preparado para eso. Es simplemente una combinación de lo estático y el movimiento. La suerte es esencial. Sin suerte no tienes imágenes. Y tienes que ser paciente o impaciente. A veces tienes que mantenerte activo o provocar algo”.
¿Grita algo? “De vez en cuando. A veces uso una bocina para que la gente se dé la vuelta”.

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Él piensa que la facilidad de usar una cámara digital moderna genera una cierta pereza en el fotógrafo. “Hay una gran diferencia entre la gente que dispara innumerables fotos esperando conseguir una buena y la gente que se esfuerza en hacer una foto. Es lo mismo que alguien usando un lápiz para escribir una poesía o la lista de la compra. Hace falta mucho más que un lápiz para ser un poeta. Es cómo ves las cosas más que cómo se presentan las cosas a si mismas. Lo digital es más barato y eficiente y puedes verlo inmediatamente, pero también hay una integridad y una calidad en el carrete. Y uno de los mayores problemas de ver todo instantáneamente es que la gente comprueba lo que tiene y pierde lo que pudiera haber tenido”.

Cuando se le pregunta cuál es su mejor fotografía responde por costumbre: “La próxima”. Pero, ¿si fuera a ser recordado sólo por una imagen – le insisto -, cuál sería? “El niño negro sonriente con la pistola en la cabeza”. ¿Por qué? “Está tan abierta a interpretaciones y tan llena de contradicciones”.

Una de mis favoritas – le digo – es una en la que el cuello en forma de S de una garza hace espejo con el ángulo de una boca de riego que está junto a ella. Esa siempre me hace sonreír. “No me levanto por la mañana y decido estar de broma”, dice. “Es sólo cuestión de ser observador”.

Por lo tanto, ser observador. ¿Algún otro consejo para los futuros fotógrafos? “Asegúrate de quitarle la tapa al objetivo antes de empezar a hacer fotografías”.

Sin duda él tuvo un acceso privilegiado en sus tiempos en la Casa Blanca pero, ¿qué sucedía cuando tenía que cazar junto a una jauría de periodistas? “Prefiero quedarme en el fondo, detrás de la acción y apartado de ellos, porque, sobre todo los fotógrafos, pueden llegar a ser muy irrespetuosos. Cuando hay carne roja, el hombre es un lobo para el hombre”.

Sacado el tema de los cánidos, ¿por qué está tan obsesionado con ellos? Ha publicado mas de veinte libros de fotografías y una buena parte de ellas son sobre perros. “¿Qué no te puede gustar de ellos?”, pregunta. “Son muy fotogénicos, están en todas partes y no te piden copias de las fotos”.

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En su reciente viaje a Cuba se encontró a un “magnífico” perro de granja, del cual podemos ver su trasero en una de las fotografías de la exposición. “Vino hacia mí y no se marchaba, así que me lo traje conmigo a los Estados Unidos. Tuvo que ir de la Habana a Nassau y tuvimos que hacerle papeles para entrar a Estados Unidos a través de aduanas en Miami. Ahora está con mi hijo en Nueva York”. Le da la risa por lo absurdo de la situación. “No era nada práctico pero, ¿qué otra cosa hubiera podido hacer? Él me eligió”.